Son las nueve de la mañana y me adentro
en el metro de Paris arrollado por una marabunta que marcha apresurada para no
perder su metro, entre la pestilencia inmunda de los cientos de cuerpos que se
agolpan en el mismo vagón (algunos de ellos no conocen el jabón) y un olor
indefinido, mezcla de metal grasiento, humanidad y desechos orgánicos. Cuando
consigo retomar la consciencia de mi cuerpo y del espacio, e intento recuperar
el control de mis emociones (para evitar lanzar a alguien a las vías o propinar
un codazo en los riñones al señor que no deja de empujarme) en mitad de este
caos, siento como un magnífico perfume de rosa me abraza y me envuelve,
como queriendo protégeme de cualquier mal externo para evitar emponzoñar y
oscurecer mi aura luminosa, consiguiendo que me olvide de las pestilencias de mi vecino y de la atmosfera deprimente que inunda el vagón. Cuando tomo
consciencia de ese momento, de esa conexión con el perfume que me hace
abandonar el vagón de metro para elevarme por encima de todos esos autómatas
cabizbajos, entonces?, entonces recuerdo que al salir de casa me perfumé con
dos esprays de ?Sa Majesté la Rose? de Serge Lutens.

Una rosa magnifica sin lugar a
duda, creada a medida para Serge Lutens utilizando principalmente rosa de
Marruecos, pero también la variedad turca y búlgara. Una rosa a las
tonalidades verdes y especiadas muy marcadas, como si de una ensalada de alcachofas con hojas de geranio y
toques de clavo se tratase.
El fondo...